Un Verdadero Gran Reformador Médico, Religioso y Social del Siglo XVI
En defensa de los mineros y las mujeres
Paracelso, a pesar de todo, no desfalleció y continuó denunciando todas las injusticias que veía por donde pasaba sin importarle las consecuencias a las que se exponía. Cuando pasó por el valle del Inn, por los distritos mineros tiroleses de Hall y Schwaz, entre 1533 y 1534, pudo observar de primera mano las durísimas condiciones de trabajo que soportaban los trabajadores de las minas. En estas minas tirolesas pudo darse cuenta de lo terriblemente duro y peligroso que era el trabajo de los mineros, de la suciedad con que trabajaban y vivían, del aire malsano que respiraban y del constante peligro de contraer enfermedades y sufrir accidentes, especialmente por el hundimiento de las galerías de las minas. Y todo ello con jornadas de trabajo larguísimas, con bajos salarios y altos precios de los alimentos que les ofrecían las mismas compañías que explotaban las minas. De esta manera, aproximadamente en el mismo periodo en que se sublevaron los campesinos alemanes, hubo huelgas y motines en las minas tirolesas. 1
Cuando Paracelso visitó estas minas, procuró ayudar a las familias mineras más necesitadas de sus auxilios, especialmente a las que habían contraído enfermedades típicas de los mineros a causa sobre todo de la corrupción del aire que respiraban y de la toxicidad de los metales que extraían –en particular mercurio. Y con la experiencia que adquirió como médico en este distrito tirolés, empezó a trabajar en su primer manual de salud laboral, que tituló Sobre las enfermedades de los mineros y otras dolencias mineras. Fue el primer tratado en literatura médica reconocido y sistematizado que trata de una enfermedad relacionada con un trabajo. 2 Fue su gran colaboración en la mejora de las condiciones de vida y trabajo de este colectivo profesional tan castigado en el siglo XVI.
Otros colectivos sociales especialmente reprimidos en la época fueron objeto de la atención de Paracelso. Las mujeres, muy denigradas en la época, o los pobres en general ocuparon también sus atenciones médicas y sus estudios. Paracelso también fue el primero en escribir sobre enfermedades propias de las mujeres. Lo hizo en el 4º libro de Opus Paramirum. Nunca consideró inferiores a las mujeres, tal como casi todo el mundo en aquella época las consideraba. Según él, cada sexo tenía sus debilidades y sus virtudes y, por lo tanto, la mujer podía ser superior al hombre en algunos aspectos. 3 Por ello algunos han señalado a Paracelso como un temprano campeón de los derechos de la mujer. Confiaba en las mujeres y se equivocan quienes han considerado a Paracelso como misógino, aduciendo que nunca se casó ni mantuvo relaciones sexuales en toda su vida y además defendió la castidad. Incluso, como ya hemos dicho, afirmó que la castidad era una de las cualidades que todo buen médico debería observar. Dijo que “la castidad dota al hombre de un corazón puro y de un poder para estudiar cosas divinas. El mismo Dios, que nos invita a hacer esto, dio la castidad al hombre. Pero el que no es capaz de ser su propio maestro es mejor que no viva solo”. 4 Esta defensa de la castidad también fue criticada por muchos y algunos llegaron a afirmar que fue un eunuco que había sido castrado por un soldado cuando era joven. 5 Pero él no hizo caso de esas leyendas sin sentido que circularon contra él y en concreto sobre su castidad 6 y prefirió concentrarse en su trabajo como médico y en defensa de los débiles y pobres.
Atención a los pobres y crítica al nuevo sistema económico capitalista
A los pobres, fueran campesinos, mineros o de cualquier otra profesión, los asistió siempre que pudo y con lo poco que él tenía. Por todas las regiones por donde pasó en sus recorridos, como la suiza Appenzell, dedicó un tiempo a atender a las comunidades pobres. 7 Incluso había atendido con comida y ropa a algunos de sus alumnos necesitados cuando fue profesor en Basilea. 8 Son muchos los testimonios de su obra caritativa, estimulada por un gran sentido de la justicia social. Su biógrafo Pagel afirma que estuvo apasionadamente movido por la miseria de los pobres y esclavos. 9 Nunca quiso cobrar nada por sus servicios médicos a las gentes pobres, aunque ello encolerizaba a muchos médicos profesionales. 10 Prefería dar limosnas a los necesitados antes que cobrarles honorarios. 11 Incluso en su lecho de muerte tuvo muy presente a los necesitados y quiso hacer testamento para dar todo lo que tenía, excepto sus libros, su equipo médico y medicamentos –que dio a un doctor de Salzburgo, llamado Andree Wendl–, a los que él llamó textualmente “pobres, miserables, gente necesitada, aquellos que no tienen ni dinero ni provisiones”. Además, pidió que se le enterrase en la casa de limosnas de San Sebastián y que se diera un penique a cada uno de los pobres que se quedaran frente a la iglesia mientras se cantaban el primero, séptimo y treceavo salmos alrededor de su tumba. 12 Tal como ya hemos dicho antes, en su lápida funeraria también podemos leer hoy que Paracelso fue “aquél que se honró a sí mismo por haber distribuido todas sus posesiones entre los pobres”.
Realmente, no fue mucho lo que pudo dejar en su testamento. La única propiedad que quizás obtuvo a lo largo de su vida fue una modesta finca que le dejó su padre al morir, en 1538. 13 Pero tampoco está claro que conservara esta propiedad hasta su muerte. En todo caso, ni la disfrutó ni sacó de ella ningún beneficio. Su discípulo Oporinus explicó que Paracelso no estuvo nunca preocupado en obtener riquezas. 14 Recordemos parte de la frase que dijo en relación al dinero y la felicidad: “La felicidad es mejor que la riqueza, y feliz es el hombre que vaga por ahí, no poseyendo más que lo que requiere su cuidado”. 15 Evidentemente, se estaba refiriendo a él mismo, que de alguna manera vivió siempre como un pobre. Fue en Salzburgo, en 1524, en medio de las luchas sociales campesinas –en el fondo una lucha entre ricos y pobres–, cuando quiso dejar clara su posición sobre las riquezas mundanas en el sentido de que éstas no conducen a nada bueno y que es preferible buscar la paz interior: “Bendecido y más que bendecido es el hombre a quien Dios le da la gracia de la pobreza. (…) Llega a ser pobre, tan pobre como un mendigo, entonces el Papa te abandonará, y el emperador te abandonará… pero entonces tú tendrás paz, y tu locura será una gran sabiduría a los ojos de Dios”. 16
Por lo tanto, para Paracelso era inútil atacar abiertamente a los poderes y principales instituciones de la sociedad aunque fueran corruptos e injustos. Más bien al contrario; el progreso y las reformas sociales podían empezar a conseguirse aceptando y reconociendo la autoridad del estado y de la iglesia y reconociendo la propiedad privada, incluyendo la de la tierra. 17 Y esto aunque fuera muy crítico con estas instituciones. Él creía que el primer paso para reformar estas mismas instituciones consistía en aceptarlas. Defendía una clase de “comunismo” o de vida comunitaria cristiana según el modelo medieval en que los individuos y las familias formaban las unidades de la sociedad y respetaban su posición social y, por lo tanto, la jerarquización social. 18 Al menos en aquella situación a las personas humildes les estaba permitido pescar y cazar en las tierras comunales y los campesinos no estaban gravados con impuestos hasta el punto de matarlos de hambre. En esta supuesta época dorada en tiempos del medievo, los individuos reconocían que tenían un rol que jugar en la comunidad, cada uno según sus habilidades, de manera que la sociedad surgía de la cooperación entre señores y campesinos. Paracelso dijo: “A nosotros Dios nos ha dado regalos y virtudes que cada uno puede y debe usar en servicio de los demás, no para sí mismo”. 19 Todas estas ideas las esbozó en su obra De Ordine Doni [Sobre el orden de los dones], en la cual dibujó una arcadia feliz donde ni los pobres estaban subyugados ni los ricos se aprovechaban de los pobres y donde las regiones con malas cosechas recibían ayuda de las regiones que habían obtenido buenas cosechas. Y donde el rol de las autoridades era esencial para mantener el orden social. 20
Pero, por desgracia, el nuevo orden económico y social que se estaba imponiendo en aquel amanecer de la nueva era histórica que supuso el Renacimiento, y que conoceremos con el nombre de capitalismo comercial, no tenía nada que ver con la arcadia feliz paracelsiana. A él no le gustaba aquel incipiente capitalismo ni los avaros mercaderes y banqueros que, amparándose en este sistema, se aprovechaban de los pobres para enriquecerse. De ahí su posición muy estricta en contra de los abusos de los propietarios de las tierras y de las minas con los campesinos y obreros mineros y en contra de la componenda entre médicos, farmacéuticos y comerciantes para estafar a la gente. Fueron, pues, todos los que hacían negocios intentando abusar de la gente humilde –fueran propietarios, farmacéuticos, médicos, banqueros o mercaderes–, y no tanto los señores y príncipes, los que recibieron sus críticas sociales más directas y feroces. Afirmaba que prestar dinero y cobrar intereses destruía a la comunidad, causaba inflación y era un trabajo propio del demonio. E incluía dentro de esta misma crítica a los hombres de negocios que se hacían ricos a partir de la mentira, el engaño y la explotación o trabajos injustos. 21 Por ello propuso funcionar económicamente sin dinero. Veía que el dinero causaba preocupación y crímenes y afirmó que donde el dinero era el propósito principal, había envidia y odio, orgullo y arrogancia. 22 Paracelso demostró con su propia vida todo este pensamiento social y económico, aunque esto, repetimos, le supusiera vivir en una dura escasez económica y una severa inestabilidad social.
Vida y muerte en la pobreza
Paracelso renunció a conseguir una posición social y económica estable y acomodada, que, como buen médico y alquimista que era, tuvo al alcance de la mano. Incluso hay quien ha llegado a afirmar, como su discípulo Franz de Meissen, que Paracelso fabricaba oro, utilizando sus conocimientos alquimistas, cuando necesitaba dinero. 23
Y sin embargo, aceptó voluntariamente una vida sin ninguna comodidad ni lujo y sin ninguna estabilidad económica, más bien viviendo siempre como un pobre o vagabundo y sufriendo hambre con frecuencia. De hecho, tal como ya hemos comentado anteriormente, ya sus orígenes familiares fueron humildes. Y se sentía orgulloso de ello. Dijo en una ocasión: “Alabo a Dios por hacerme sufrir pobreza y hambre en mi juventud”. 24
Sólo durante cortos períodos de tiempo, como cuando ejerció de profesor en Basilea en 1527 o cuando en 1537 vivió en Bratislava, pudo disfrutar de una cómoda estabilidad económica y social. En Bratislava pudo contar con el apoyo y el reconocimiento del archiduque austriaco Fernando –quien le concedió dos audiencias, le premió con una cadena de oro por sus servicios médicos e incluso le ofreció introducirlo en el equipo de médicos de la corte–. 25 Antes de su llegada a esta ciudad, fue invitado de honor de una cena ceremonial. 26 Sin embargo, los honores se acabaron pronto. Una serie de altercados con el tesoro austriaco volvieron a separar ya definitivamente a Paracelso de los gobernantes y poderosos y volvió a su condición de humilde y pobre médico, además de perseguido. Y todo porque tuvo la valentía de reclamar los cien florines ofrecidos por el rey –pero nunca recibidos– para la impresión de un libro sobre enfermedades tartáricas. Las autoridades del tesoro austriaco contestaron que Paracelso ya se había malgastado esta suma por adelantado y el rey concluyó que Paracelso no era mejor que un saltimbanqui insolente. 27
Sin reconocimiento oficial de ningún tipo y como un pobre médico moriría al cabo de tres años, en 1541, en Salzburgo. Algunos creen que su muerte pudo estar relacionada con un ataque violento a traición por parte de un mercenario de ciertos médicos hostiles a él. A causa del ataque se fracturaría el cráneo y pocos días después murió. 28 En cualquier caso, murió pobre en un hostal, bajo la sombra del castillo de la ciudad que los campesinos habían asediado 16 años bajo su presencia y con el apoyo de sus reivindicaciones. Pensando en los campesinos y tal como hemos dicho pensando en cómo ayudar a los pobres, pasó pues, los últimos días de su vida. En realidad, como siempre había hecho. Por ello deseó ser enterrado, y así se hizo, en el cementerio de los pobres, aunque el príncipe arzobispo Ernest de Wittelsbach, que tanto lo había apreciado, le obsequió con unos funerales solemnes y consiguió que la Iglesia permitiera enterrar su cuerpo en “tierra sagrada”. 29
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Bibliografía:
1. BALL, Philip, The Devil’s Doctor. Paracelsus and the world of Renaissance magic and science, Nueva York, F.S.G., 2006:318-319.
2. PAGEL, Walter, Paracelsus. An introduction to Philosophical Medicine in the Era of the Renaissance, Basilea (Swiss), Karger, 1982:25-26.
3. BALL, Philip, The Devil’s Doctor…:270-271.
4. BALL, Philip, The Devil’s Doctor…:270.
5. BALL, Philip, The Devil’s Doctor…:353.
6. BALL, Philip, The Devil’s Doctor…:26-27.
7. BALL, Philip, The Devil’s Doctor…:297.
8. BALL, Philip, The Devil’s Doctor…:196.
9. PAGEL, Walter, Paracelsus…:17.
10. HARTMANN, F., The life of Paracelsus, London, Kegan Paul, Trench, Trübner & Co., s.f.:17.
11. PAGEL, Walter, Paracelsus…:22.
12. PAGEL, Walter, Paracelsus…:29; BALL, Philip, The Devil’s Doctor…:338-339.
13. BALL, Philip, The Devil’s Doctor…:327.
14. PAGEL, Walter, Paracelsus…:22.
15. HARTMANN, F., The life of Paracelsus…:19.
16. BALL, Philip, The Devil’s Doctor…:301-302.
17. PAGEL, Walter, Paracelsus…:43.
18. PAGEL, Walter, Paracelsus…:43.
19. BALL, Philip, The Devil’s Doctor…:125.
20. BALL, Philip, The Devil’s Doctor…:125.
21. BALL, Philip, The Devil’s Doctor…:126.
22. MROSEK, Sabine, «La vida de Paracelso» in Paracelsus. Health & Healing, núm. 2, 2003:4.
23. BALL, Philip, The Devil’s Doctor…:138.
24. BALL, Philip, The Devil’s Doctor…:26.
25. BALL, Philip, The Devil’s Doctor…:327.
26. PAGEL, Walter, Paracelsus…:27.
27. PAGEL, Walter, Paracelsus…:27; BALL, Philip, The Devil’s Doctor…:327.
28. HARTMANN, F., The life of Paracelsus…:8.
29. RIVIÈRE, Patrick, Paracelso. Médico-alquimista, Barcelona, De Vecchi, 2000:42.
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