Un Verdadero Gran Reformador Médico, Religioso y Social del Siglo XVI
Un gran reformador religioso
La misma gran fe que Paracelso tenía en la Naturaleza era la fe que tenía en Dios. Fue un gran creyente. Toda su obra científica, médica y social está bañada de espiritualidad por todos lados. Lógicamente, en un alquimista hermético u ocultista como él, su pensamiento científico o médico está estrechamente vinculado a su pensamiento espiritual o teológico. Y hay que tener en cuenta que este último tipo de pensamiento es también muy importante en Paracelso. Según él mismo, igual de importante que su obra científica. Y también en este ámbito religioso quiso romper moldes, de manera que a Paracelso también se le puede considerar un gran reformador religioso. Pero no porque intentara construir o sentar las bases de una nueva religión o porque intentara romper tajantemente con Roma y el papado, como lo hizo, por ejemplo, Lutero, precisamente en la misma época y área por donde se estaba moviendo Paracelso. Éste no deseaba ninguna división religiosa más. Se consideró siempre un buen cristiano y no quería ninguna división más dentro del cristianismo. Deseaba, eso sí, como todos los auténticos reformadores de su tiempo, principalmente los humanistas, la humanización del cristianismo, redescubrir la auténtica y verdadera enseñanza de Cristo y enlazarla con su filosofía alquimista y neoplatonista y, en cierto sentido, orientalista, tal como comentaremos más adelante.
Por otro lado, como todo reformista, deseaba acabar con el despotismo de la Iglesia Católica, que en aquellos tiempos tenía un enorme poder. Un poder opresivo que ejercía con arbitrariedad e intransigencia y con procedimientos inquisitoriales como medio para combatir, sobre todo, la herejía. Un poder a la vez comprometido con injusticias sociales y políticas, con la aristocracia existente y el orden cívico de la sociedad. La jerarquía eclesial era mayoritariamente corrupta e ignorante, empezando por el mismo papado y continuando con los cardenales y obispos, mientras una parte importante del clero bajo no escapaba de la apatía y la ignorancia.
Paracelso no podía aprobar esta situación, de la que él mismo era una víctima potencial de primer orden. Es significativo que Paracelso quemara públicamente antes que Lutero una bula papal por estar en contra de ciertos privilegios relacionados con prácticas corruptas de la jerarquía eclesial. 1
Por otro lado, tuvo que andar con mucho cuidado con sus escritos y sus discursos relacionados con la religión, ya que fácilmente podían ser objeto de un auto de fe inquisitorial por exponer doctrinas heterodoxas. Por ello muchos escritos suyos están escritos en estilo enigmático, poco claro. Aunque ello no impidió que acabara siendo considerado por la Iglesia, al menos hasta el siglo XIX, hereje gnóstico y arriano. 2 Y ello a pesar de que él mismo se consideró siempre fiel a esta Iglesia, lo cual no le impedía cuestionar con vehemencia el poder desorbitado de los sacerdotes como directores de la conciencia. Por ello dijo en una ocasión: “El conocimiento que nuestros sacerdotes poseen no les llega de Dios, sino que lo aprenden unos de otros. No están seguros de la verdad que enseñan; por eso argumentan, embaucan y prevarican; caen en el error y en la ilusión, tomando sus propias opiniones como si fueran sabiduría divina”. 3
Sintonía con los reformistas humanistas de la época
Las ansias reformadoras que Paracelso tenía en este campo le hicieron sintonizar bastante bien con los conocidos reformadores religiosos humanistas de su tiempo. Con ellos compartía las críticas a los poderes eclesiásticos, la necesidad de reformas y sobre todo la demanda del derecho a la libertad religiosa e intelectual. Ya hemos dicho que estos reformistas le dieron siempre su apoyo y en muchas ocasiones trabó profunda amistad con ellos y hasta lo protegieron de algunas persecuciones. No fue casual que en las ciudades o regiones donde los círculos humanistas estuvieron bien relacionados con el poder político, como en Basilea –ya analizado en detalle– o Colmar o San Galo o Carintia, Paracelso encontró las mejores oportunidades para llevar a término su obra reformadora. En Colmar, donde llegó en 1528, poco después de dejar Basilea, hizo amistad con el mismo alcalde, Hieronymus Boner, un humanista traductor de Plutarco, Demóstenes y Tucídides, y fue bienvenido en el círculo de humanistas de los funcionarios de la ciudad. Esto le facilitó la realización de una gran tarea como médico en esta ciudad, consiguiendo muchísimos pacientes y llegando a ser admirado como en ningún otro sitio. 4 En San Galo, donde vivió durante buena parte de 1531, estuvo totalmente apoyado y protegido por el importante humanista y reformador Vadianus, quien –recordemos– había sido profesor de Paracelso en su juventud. Cuando Paracelso llegó a San Galo, Vadianus era el alcalde y a la vez médico de la ciudad y pudo presentarle a muchos amigos suyos influyentes, como Bartholomeus Schowinger. Con el apoyo de éste, Paracelso construyó en esta ciudad un importante laboratorio químico. Además, en San Galo pudo terminar de escribir su gran Opus Paramirum, que contiene sus doctrinas médicas básicas. 5 En Carintia dedicó a las autoridades del país su obra Trilogía Carintia en forma de una crónica del país. 6
También cabe recordar y destacar en este apartado la relación amistosa que Paracelso entabló con el gran reformista Erasmo, con quien compartía la visión de una comunidad cristiana justa, equitativa y pacífica, así como la crítica al gran líder de la reforma protestante, Lutero. De hecho, hasta 1524, antes de las revueltas campesinas, Paracelso fue un gran admirador de Lutero, a quien reconocía su entusiasmo por la libertad religiosa e intelectual. Paracelso llegó a escribir una carta dedicatoria a Lutero y a sus confederados en Wittenberg. 7 Pero cuando estalló el problema social campesino y Lutero condenó duramente las revueltas y se puso al lado de los señores y príncipes, la admiración cesó. Como cesó el apoyo que los reformistas humanistas habían dado a Lutero hasta aquel momento. Ni Paracelso ni los humanistas como Erasmo podían aceptar la falta de sensibilidad de Lutero por los problemas de las capas sociales más desfavorecidas. El compromiso que el luteranismo adquirió con la aristocracia acabó involucrándole, al igual que a parte del catolicismo, con injusticias sociales y políticas. Por otro lado, tampoco los humanistas renacentistas como Paracelso podían aprobar la desconfianza de los luteranos en la razón y la creencia según la cual el hombre sólo puede ser salvado por la gracia de Dios y no por sus hechos.
Por encima de las luchas y guerras religiosas de su tiempo
Se entiende, pues, que Paracelso estuviera por encima de las luchas y guerras religiosas de su tiempo que enfrentaron fundamentalmente a católicos y protestantes. No se colocó a favor de ninguno de los campos contrapuestos en estas luchas, que más bien consideraba estériles. La razón más clara de su “neutralidad” la dio afirmando que “al final, tanto si son papistas, como luteranos, bautistas, zuinglianistas, todos ellos se afanan en glorificarse a sí mismos como los únicos poseedores del Espíritu Santo”. 8
Si sintió simpatías por algún grupo, fue por los espiritualistas librepensadores, entre los que se podían incluir a los protestantes liberales no dogmáticos, como Sebastian Franck y Hans Denck. Estos últimos, a pesar de ser protestantes, abogaron por el progreso y la reforma sin violencias ni dogmas y se mantuvieron espiritualmente independientes, tanto del papa como de Lutero. También hay autores que afirman que el pensamiento religioso y ético-social de Paracelso estaba en la línea de los llamados Hermanos del Espíritu, los anabaptistas y los exponentes del “panteísmo popular” de la Edad Media y de la era de la Reforma. 9 Sin embargo, no hay que olvidar que a Paracelso no se le puede clasificar dentro de ningún grupo espiritual. Repetidamente afirmó su independencia de pensamiento religioso, insistiendo en que es un deber del verdadero cristiano rechazar todas las escuelas, líderes y doctrinas excepto la verdad simple de la Biblia. 10 De ahí que insistiera en afirmarse campeón de la libertad religiosa y pidiera al futuro emperador de Austria, Fernando I,
que intentara ejercer su poder político para mantener la paz religiosa, la libertad de consciencia y la unidad del Sacro Imperio. 11
Y todo ello a pesar de que siempre se consideró obediente y humilde cristiano y, como hemos dicho, fiel a la Iglesia católica, a la que siempre quiso unificada y cuya autoridad reconoció. 12 Admiró siempre a los grandes santos de la Iglesia y fue un ferviente creyente de la Biblia. De hecho, recordemos que él creció y se educó bajo la guía de eclesiásticos –entre ellos cuatro obispos y un abad– y que recibió la educación básica en escuelas monásticas. Su profundo conocimiento de la religión y filosofía en general, y la Biblia en particular, se explica bien por su formación de joven con clérigos. Intentó apoyar las doctrinas que él enseñaba con citas de la Biblia. 13 Conocía tan bien este libro que se calificaba a sí mismo como “doctor en las Sagradas Escrituras”. 14 Solía decir de estas escrituras que eran el principio de toda filosofía y ciencia natural y que la Biblia tenía la clave de la verdad. 15 El Antiguo Testamento y el Apocalipsis de San Juan eran las únicas escrituras que citaba, especialmente los pasajes sobre Moisés, Elías, Enoc, David, Salomón, Daniel, Jeremías y Juan, ya que creía que eran los auténticos magos, cabalistas y adivinos del Antiguo Testamento. 16 Creía en ellos y los citaba para dar fuerza a las investigaciones y afirmaciones sobre la ciencia, medicina y teología que intentaba demostrar a sus coetáneos. Ya hemos dicho que la Biblia era uno de los poquísimos libros que poseía en el momento de su muerte.
Continuará…
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