Un Verdadero Gran Reformador Médico, Religioso y Social del Siglo XVI
La Naturaleza como el mejor maestro
A pesar de sus estudios universitarios, Paracelso en general fue muy crítico con los profesores que tuvo en las diferentes facultades de medicina por las que pasó, donde, según él, no le enseñaron la verdadera ciencia de la naturaleza. Por ello, cuando dejó Ferrara, decidió dejar de instruirse a través de libros y profesores académicos y empezar a aprender exclusivamente de lo que la misma naturaleza, así como la sabiduría popular de las gentes humildes de todo el mundo, podían enseñarle. De esta manera, en 1515 –cuando contaba 21 años–, empezó un largo recorrido, que inició en dirección al sur de Italia, y que terminó en 1524, cuando se instaló como médico municipal en Salzburgo. Fue el período en el que recorrió toda Europa y parte de Asia y África.
En esta etapa Paracelso ya tenía claro el valor de la Naturaleza como la gran y única maestra, a la cual calificaba como un “gran laboratorio” que tenía su propia luz. 1 Sin duda, de pequeño ya había intuido este valor y por ello quiso estar ya de niño en contacto permanente con ella. En sus primeros años dedicó mucho tiempo a dar largos paseos por los bosques que rodeaban su pueblo, siempre estimulado por un enorme celo por investigar. En algunos de estos paseos iba acompañado por su padre, quien le enseñaría botánica observando directamente el reino vegetal. De esta manera empezó a aprender a diferenciar las plantas curativas. 2 Pero fue de mayor cuando acabó de comprender en toda su magnitud el poder de la naturaleza, llegando a afirmar que ésta había sido su principal maestra o guía profesional: “¿Cuál es la puerta justa [para aprender medicina]? ¿Galeno, Avicena, Mesua, Rhases, o la abierta Naturaleza? Yo creo en esta última”. 3 Para él ésta era, sin duda, el mejor libro que existía para aprender no sólo medicina, sino toda la sabiduría necesaria para los hombres. Por eso él mismo, a pesar de su bagaje intelectual, reconoció que no había leído muchos libros. En una ocasión dijo que durante diez años nunca leyó un solo libro. 4
En cambio, sí admitió “haber aprendido muy útiles, aunque escondidas, cosas en el Apocalipsis, la Biblia y la Cábala”, 5 libros que él consideraba sagrados y a la vez muy aprovechables para sus estudios tanto teológicos como medicinales.
Aprendiendo de médico en sus viajes
A menudo confió más en la sabiduría popular, que según Paracelso había sabido beber muy bien del libro abierto de la Naturaleza, que en los libros escritos por eruditos modernos o clásicos. Y precisamente por ello no dudó en rastrear medio mundo buscando esta sabiduría e intentando aplicarla en la práctica, ejerciendo ya de médico desde que dejó Ferrara en 1515. Repetidamente acentuó la importancia de “la experiencia”, como opuesta a memorizar el aprendizaje de los libros antiguos, para desarrollar una comprensión del mundo. Su sed de conocimiento le hizo buscar nuevos países y variedad de gentes para traer luz a los secretos de la Naturaleza aún escondidos para él. De hecho, la figura de un mago-curador itinerante y de vagabundos intelectuales –como Paracelso y Agrippa– fue bastante familiar durante el Renacimiento.
La experiencia que adquirió viajando, cruzando a pie multitud de pueblos y naciones y deteniéndose donde esperaba aprender de la sabiduría popular le acabó de convertir en un gran médico. Por eso dijo: “voy en busca de mi arte, a menudo incurriendo en el peligro de la vida. No me avergüenza aprender lo que me parece útil, incluso de vagabundos, verdugos y barberos. Sabemos que un enamorado recorrerá un largo camino para encontrar a la mujer que adora: ¡cuánto más el enamorado de sabiduría estará tentado de ir en busca de su señora divina!”. 6 Y más tarde añadió: “El conocimiento al cual tenemos derecho no está confinado dentro de los límites de nuestro propio país, y no corre detrás nuestro, sino que espera hasta que vayamos en su búsqueda. Nadie llega a ser un maestro de experiencia práctica en su propia casa, ni encontrará un profesor de los secretos de la Naturaleza en las esquinas de su habitación. Es preciso que busquemos el conocimiento donde podamos esperar encontrarlo, y ¿por qué debería ser despreciado el hombre que va en búsqueda de él? Aquellos que se quedan en casa pueden vivir más confortablemente y llegar ser más ricos que aquellos que vagan por ahí; pero yo nunca deseo vivir confortablemente ni deseo ser rico. La felicidad es mejor que la riqueza, y feliz es el hombre que vaga por ahí, no poseyendo más que lo que requiere su cuidado. Quien quiera estudiar el libro de la Naturaleza precisa vagar con sus pies sobre sus hojas. Los libros se estudian mirando las letras que contiene; la Naturaleza se estudia examinando el contenido de su cripta del tesoro en cada país. Cada parte del mundo representa una página del libro de la Naturaleza, y todas las páginas juntas forman el libro que contiene sus grandes revelaciones”. 7 Por todo ello creía que viajar era una obligación para todo médico genuino.
Se propuso cumplir esta obligación a rajatabla, a pesar de la extrema dureza de las condiciones en que lo tuvo que hacer, confiando siempre su vida a las fortunas de la guerra, la improvisación y la suerte. 8 Eran muchos y muy importantes los rigores y peligros que tenía que sufrir cualquier viajero del siglo XVI, y mucho más si, como Paracelso, viajaba prácticamente sin dinero y con toda clase de gente vagabunda. Y esto, aunque él afirmara refiriéndose a él mismo: “Sólo vaga felizmente quien no tiene nada. Pienso que es digno de elogio y no de vergüenza haber viajado lejos de forma barata”. 9 Las habitaciones de los hostales donde uno se hospedaba podían ser fétidas y ruidosas, la comida execrable y las camas se compartían con piojos y otros viajeros. Y a menudo con luchas entre borrachos. El mismo Paracelso describió una escena que le tocó vivir en sus viajes durante los años 20: “En Friaul vi como (en una reyerta entre soldados) se cortaba en redondo la oreja entera de un hombre en una casa pública”. 10 A menudo, los hosteleros no tenían más remedio que imponer el orden en sus casas por la fuerza y con los medios de que disponían. Y por ello a veces prohibían la entrada a vagabundos marginados que pensaban que les podían causar problemas. Paracelso mismo confesó que muchas veces fue expulsado por mendigar en algunos hostales un tazón de sopa. 11 Probablemente lo tomarían por un pobre mendigo, pues él mismo reconoció que muy a menudo era éste el aspecto externo que tenía, y esto no contribuía a que le dispensaran de entrada una buena acogida. 12
Hubo ocasiones en que las autoridades municipales ni tan siquiera le llegaron a dejar entrar en la ciudad por ser sospechoso. Esto es lo que le pasó en la región del Tirol, a mediados de la década de los 30. Cuando Paracelso apareció en las puertas de Innsbruck en el verano de 1534 con un atuendo de mendigo y pidió a las autoridades permiso para ejercer de médico, fue despreciado, despachado y forzado a marcharse: “Debido a que me presenté sin los perifollos habituales de mis colegas, volvieron a despreciarme y me obligaron a irme. El burgomaestre estaba acostumbrado a los doctores vestidos con sedas o púrpuras, y no con ropas quemadas por el sol”. 13
Encuentro con las guerras y su actuación como médico militar cirujano
Además, tuvo que moverse entre los peligros de la guerra y los conflictos violentos sociales y religiosos con los que le tocó convivir y sufrir. Un viajero no podía tomar en aquellos años los caminos de Europa tranquilamente sin experimentar los efectos de estos enfrentamientos. 14 Por ello nadie como Paracelso, el incansable viajero del siglo XVI, experimentó de primera mano las guerras y luchas de poder, los horrores y penurias del mundo. Observó directamente, y en parte padeció, la brutalidad de los soldados –la mayoría mercenarios– y el horrible espectáculo de heridos, medio muertos y muertos que se encontraba un médico de la época en el campo de batalla, mientras intentaba luchar contra el cólera y el tifus que solían aparecer en los campamentos militares de aquel tiempo. Las nuevas armas de fuego del siglo XVI contribuyeron enormemente a aumentar la destrucción y ruina de las regiones en guerra.
La cruda experiencia de la guerra, repetimos, fue casi constante en Paracelso. Aparte de la ya mencionada guerra de Suabia, entre 1499 y 1500, que obligó a su familia a huir de Suiza, cuando estudiaba en Ferrara, en 1513, se vio en medio de la guerra que enfrentó a Venecia y Francia por un lado contra Milán y el papado por el otro. La victoria de los primeros pudo hacer incómoda la vida de un joven suizo en la ciudad veneciana de Ferrara y en 1515 decidió marcharse de aquel estado. 15 Era la segunda vez que una guerra le obligaba a desplazarse de región. Decidió viajar hacia el sur de la península itálica, pasando por Bolonia, Florencia, Siena, Roma (en este momento gobernada por el papa de los Medici, León X) y Capua, hasta que tropezó con la invasión de Nápoles por parte del ejército de Carlos I de España. Quizá fuera en esta guerra cuando Paracelso, con 21 años, –corría todavía el año 1515– se empleó por primera vez como médico cirujano. En la ciudad de Nápoles se encontró con cientos de soldados españoles aquejados por la sífilis, a los cuales probablemente ya intentó tratar. En este viaje al sur de Italia no desaprovecharía la ocasión de visitar la famosa escuela médica de Salerno, en Sicilia. 16
Tres años más tarde, en 1518, aún más al sur, ya a la otra orilla del Mediterráneo, en África, volvería a ejercer como médico y cirujano militar en la guerra de Argel, que enfrentó a españoles y argelinos. 17 A partir de este momento y hasta 1522, su ocupación profesional principal parece que estuvo claramente relacionada con atenciones médicas a soldados en guerra. En 1519 atendió en Holanda a los soldados de este país enfrentados a los españoles; en 1520 acompañó a las tropas danesas en una expedición de guerra en Suecia –recordemos que el rey de Dinamarca y Noruega, Christian II, lo había nombrado médico real–; entre 1520 y 1521 se vio sorprendido en Rusia por la guerra entre tártaros y rusos; a partir de finales de este último año ejerció en Italia de cirujano en el ejército veneciano, enfrentado en aquel momento a España; y, finalmente, entre julio y diciembre de 1522 atendió a heridos y enfermos durante la ocupación turca de la isla de Rodas, en el Mediterráneo, gobernada por la Orden de los Caballeros Hospitalarios de San Juan. 18
No consta que Paracelso participara como soldado, más allá de médico cirujano, en ninguna de estas guerras, a pesar de que algunas fuentes señalan que no dejó de llevar nunca un enorme sable –por lo menos así aparece en sus últimos retratos–. Sin embargo, otras fuentes señalan que en vez de sable llevaba siempre, como buen alquimista, y sin que nunca se separara de ella, una vara o tridente cabalístico, como también lo llevaron Alberto Magno, Roger Bacon o Enrique Kunrath. 19
Continuará…
Bibliografía:
1 RIVIÈRE:10.
2 MUSEUM:83.
3 MROSEK: núm.2:5.
4 HARTMANN:19.
5 BLAVATSKY: vol. IV , 174.
6 HARTMANN:18.
7 HARTMANN:18.
8 PAGEL:14.
9 BALL:78.
10 BALL:300.
11 BALL:300.
12 BALL:78.
13 RIVIÈRE:37; PAGEL:26; BALL:319.320.
14 BALL:103-104.
15 BALL:71.
16 BALL:72.
17 BALL:74.
18 BALL:94-98.
19 BLAVATSKY.
Recopilado por Jordi Pomés
jordi.pomes@uab.es
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