Que la Tierra y, consiguientemente, la humanidad evoluciona hacia una cultura de síntesis, es algo evidente, aunque no lo percibamos o nos resistamos a ese movimiento. Lo vemos cotidianamente a nuestro alrededor, en la política, la economía, la sociedad o la ciencia.
Sin embargo, este movimiento no nació hace cuatro días. En los últimos siglos, seres en todos los ámbitos de la vida enseñaron y ejemplificaron la cultura de síntesis. Krishna, Buda, Confucio y Patanjali, en Oriente. Sócrates, Platón, Pitágoras, Jesús, Paracelso, Hanemann, Helena Blavatsky y Alice Bailey, en Occidente, fueron ejemplos que encarnaron la síntesis en sus vidas. En Oriente, concretamente en India, “yoga” es la palabra sánscrita que describe este aspecto de “síntesis”, “unión”. Yoga no son solo unos ejercicios físicos (Asanas), sino que es una genuina “Ciencia de Síntesis”, que instruye al ser humano para alcanzar la autorrealización. Textos como el Bhagavad Gita o el Sendero óctuple del Yoga, este último de Patanjali, son auténticos tratados de sabiduría perenne que el ser humano tiene a su alcance desde hace milenios. Son textos intemporales, cuya información trasciende fronteras, nacionalidades, religiones, y precisamente llevan en sí esa energía de síntesis, que permite que la información sea útil a cualquier persona, tenga una visión occidental u oriental de la vida. Así mismo, los Evangelios, inspirados en la vida de Jesús, muestran el mismo sendero de síntesis que otros vivieron antes.
Jesús nació y creció en Israel (Oriente Medio), se formó en todos los campos del conocimiento exotérico y esotérico en el extremo Oriente (India, Nepal, Tíbet), regresando sus últimos tres años a Israel para culminar su trabajo de servicio planetario. Fue, por tanto, una persona que nació, creció y dejó su cuerpo físico en Oriente, sus enseñanzas y vida inspiraron profundamente a Occidente. Eso es síntesis.
Oriente Medio representa, en términos planetarios, el lugar en donde en estos momentos nos estamos jugando la evolución como humanidad.
Turquía, Siria, Israel, Líbano, Irak, Irán, crisol de innumerables civilizaciones que tuvieron su impacto tanto en Oriente como en Occidente, son el mayor desafío que tiene actualmente la humanidad para nacer hacia una auténtica cultura de síntesis. Lo que está claro es que para resolver este conflicto hay que mejorar las actuales propuestas vigentes.
Los Grandes Seres a los que mencionábamos anteriormente, nos legaron la clave para resolver cualquier conflicto. Desgraciadamente, el ser humano crea religiones para dar culto al individuo, pero no sigue las enseñanzas y ejemplo que ese Ser dio en su vida para mostrarnos el camino a seguir. El “ojo por ojo” y “diente por diente” no sirve a medio y largo plazo. Eso ha quedado más que demostrado.
El sol sale por el extremo oriente, llega al cénit en el medio oriente y se pone en occidente. Estableciendo una analogía en el ser humano. Oriente representaría nuestra cabeza, el Medio Oriente el tórax, y Occidente el abdomen. ¿Dónde nos encontramos en este momento como humanidad? En el diafragma, que es el punto crítico entre lo superior y lo inferior en nosotros, lo humano y lo animal, lo cordial y lo visceral, el altruismo y el egoísmo, el amor incondicional y el apego-aversión.
Hablar de cultura de síntesis implica hablar de cordialidad, término que tiene su raíz en la palabra latina cor, cordis. ¿Qué tienen en común palabras como: cordialidad, cardiología, acuerdo, recuerdo, corazonada, coraje, cordura, concordia? Todas ellas tienen su origen en el corazón. Incluso la palabra “memoria” tiene relación con el corazón. Los antiguos latinos llamaban “mente” al corazón, y “tener en el corazón” es sinónimo de “tener la mente en alguna cosa” o “tener la cosa internamente presente”. Así que la memoria no es mental, sino cordial.
De todas estas reflexiones surge una propuesta práctica: si queremos avanzar hacia un cultivo de síntesis, tenemos que empezar a “cultivar el terreno” con cada uno de nosotros. Dicho “terreno” es nuestra personalidad, y la conciencia, el alma, es el que cultiva.
Filosofar y tratar de ayudar al mundo externo sin cambiar nuestro interior es una pérdida de tiempo. Más aun, cuando la mayoría de las propuestas están fundamentadas en el juicio y la crítica. Qué fácil es ver lo que otros deberían cambiar y qué difícil es ver lo que en nosotros es mejorable.
Aspiramos a que nuestra vida sea más plena, feliz y próspera. Paradójicamente, hacemos exactamente lo contrario para conseguir el objetivo. La energía de síntesis presente en estos momentos, es una oportunidad dorada para sintonizarnos con el planeta y la naturaleza en la que vivimos. ¿Cómo nos iría si pudiéramos relacionarnos cordialmente? ¿Y si cada vez que nos acordáramos de algo o alguien lo hiciéramos desde y en el corazón? ¿Y si cuando llegamos a un acuerdo lo hiciéramos desde el corazón? ¿Y si los recuerdos se ubicaran en el corazón? ¿Y si el coraje, en lugar de tener su origen en el pleno solar o los genitales, lo tuviera en el corazón? Pues que ya estaríamos viviendo en la síntesis sin saberlo ni pretenderlo.
Filosofar y tratar de ayudar al mundo externo sin cambiar nuestro interior es una Pérdida de tiempo
En el corazón, afirma la sabiduría oriental, se manifiesta la luz de la conciencia, el alma. “Buddhi” se denomina a esta luz. De ahí el término “Budha”, que significa, literalmente, “el iluminado”. Cuando residimos en el corazón, y desde allí actuamos en la vida, manifestamos la conciencia Búdhica en la Tierra. Jesús lo llama “manifestar el reino de Dios en la Tierra”.
En nosotros coexiste, simultáneamente, lo Espiritual y lo material, lo masculino y lo femenino, la capacidad de análisis y la de síntesis.
Conocemos la teoría muy bien, pero nos falta ponerla en práctica. Hagámonos, pues, la proposición sincera de establecer la cultura de síntesis en nosotros, más que esperar a que otros la vengan a establecer por nosotros. Para ello, elevémonos, simbólicamente, desde la región infradiafragmática al corazón. Son unos centímetros en el cuerpo, pero un abismo en la vida cotidiana. Tratemos de ver la vida que nos rodea en el corazón, vivamos y sintamos de corazón. No es una cuestión romántica, ni filosófica, sino absolutamente necesaria para modificar aquello que nos impide participar de la creación como seres cocreadores que somos. “Recordar” nuestra auténtica naturaleza, y manifestarla en cada pensamiento, palabra y acción cotidianas, nos capacitará para establecer la luz de Oriente, a través del corazón, en Occidente.
Contacto
Dr. Miquel Samarra Stehle
Medicina General
Especialista en Medicina del Deporte y Educación física
Medicina Sintergética
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