Un Verdadero Gran Reformador Médico, Religioso y Social del Siglo XVI
Madurez (1524-1541)
Su vida y labor médica, religiosa y social a través de Europa Central, Parte III
Los conflictos con sus colegas médicos. Las denuncias de Paracelso a la medicina del momento
Las revolucionarias reformas que Paracelso pretendió impulsar en el campo de la medicina disgustaron particularmente a las autoridades médicas de la época, y también a muchos médicos que le envidiaban o que desconfiaban de sus capacidades para curar. El número de personas que lo odiaron, o simplemente lo envidiaron, fue mucho más grande que el número de sus seguidores. No perdonaron a Paracelso su crítica feroz a la medicina y en general a los médicos de la época. No cabe duda que Paracelso arremetió como un auténtico soldado mercenario suizo contra los médicos académicos. Fue contundente en sus afirmaciones en contra de éstos: “Habéis desertado enteramente del camino indicado por la Naturaleza, y construido un sistema artificial que no sirve más que para estafar a la gente y limpiar los bolsillos de los enfermos… Vuestro arte no consiste en curar al enfermo, sino en arrastraros hacia el favor del rico, en estafar al pobre, y ganaros el acceso a las cocinas de los nobles del país. Vivís sobre el engaño, y la ayuda y la complicidad de la profesión legal os permite continuar con vuestros engaños y evadir el castigo de la ley. Envenenáis a la gente y arruináis su salud; juráis que usáis diligencia en vuestro arte; pero ¿cómo podéis hacer eso si no tenéis ningún arte, y vuestra alardeada ciencia no es más que una invención para estafar y engañar? Me denunciáis porque yo no sigo vuestras escuelas; pero vuestras escuelas no pueden enseñarme nada que sea de valor conocido. Pertenecéis a la tribu de serpientes, y no espero de vosotros más que veneno. No os compadecéis del enfermo: ¿cómo puedo yo esperar que me respetéis, mientras yo recorto vuestros ingresos exponiendo vuestras pretensiones e ignorancia a la gente?” 1
Paracelso denunció insistentemente que el arte de curar de su tiempo era una mezcla de superstición y errores, convenientemente incorporados a los sistemas de enseñanza, y sobre los que se disertaba con gran elocuencia. Evidenció el vacío escondido tras los impresionantes términos griegos y latinos. 2 Las universidades tenían muy poco que enseñarle, sobre todo después que terminó su formación en ellas. Criticaba a las facultades de medicina y a sus profesores implacablemente. 3 No comprendía que muchos de ellos nunca salieran de las academias y casi no se dignaran a tocar a un paciente. Tampoco estaba de acuerdo con el tipo de medicina que defendían, que incluía tratamientos propios de la época como potentes laxantes, purgantes, sanguijuelas, ventosas, escarificaciones… 4 H.P. Blavatsky llega a decir que el secreto de sus felices y mágicas curaciones (como las llamaron entonces) consistía en el soberano menosprecio con que miraba a las tituladas autoridades científicas de su tiempo. 5
Por todo ello Paracelso fue perseguido, criticado, maltratado; le tomaron por loco, por un médico poco serio o por brujo o hechicero o por hereje… No fueron pocas las ocasiones en que para evitar la prisión o muerte a causa de la persecución de las autoridades médicas, confabuladas con las políticas, tuvo que partir súbita y secretamente, renunciando a sus posesiones terrenales de muchos sitios. 6
Sin duda, el médico fue el colectivo profesional con quien más directamente tuvo que enfrentarse Paracelso y con quien tuvo más serios conflictos. Sufrió la persecución de este colectivo en casi todas las principales poblaciones por donde pasó. Como mínimo hay registros de este hostigamiento en Tubinga, Friburgo, Estrasburgo, Basilea, Colmar, Nuremberg y Viena. En todas estas poblaciones tuvo que acabar abandonando la ciudad debido a la presión del colectivo médico. Y aunque quizás el conflicto más grave con los médicos lo tuvo, como seguidamente describiremos, en Basilea, los enfrentamientos que tuvo en Baden, en Estrasburgo y en Nuremberg no fueron muy agradables.
En Baden, en 1525, fue llamado a curar al marqués Felipe de diarrea, cuyo caso había sido desahuciado por los médicos. Paracelso lo curó en poco tiempo con la atenta y próxima observación de los médicos de la corte. Éstos, enojados por el ridículo en que los había dejado Paracelso y con ganas de desacreditarlo y apartarlo del lugar, engañaron al marqués diciéndole que aquél se había apropiado perniciosamente de su tratamiento. El marqués confió en ellos y despidió a Paracelso sin haberle pagado nada. Éste decidió entonces marcharse a Tubinga, donde la envidia de los médicos locales ante sus éxitos acabó en forma de denuncias contra sus métodos heterodoxos y también se vio forzado a abandonar la ciudad. 7
Poco tiempo después, en Estrasburgo, donde –recordemos– estuvo entre finales de 1526 y 1527, muchos médicos de la ciudad acabaron enfrentándosele, a pesar de ser una ciudad en general muy tolerante y donde consiguió formar parte del gremio de cirujanos y comerciantes. Como en otros sitios, probablemente la notoriedad médica que consiguió Paracelso a través de muchas curaciones, algunas de las cuales fueron consideradas por algunos milagrosas –Alsacia fue una de las regiones donde más apoyo y veneración popular alcanzó–, determinó la oposición de los médicos y obligó al alquimista a huir de la ciudad. El colectivo médico, con ansias de perjudicarle, lo retó a una disputa pública sobre anatomía con uno de los mejores cirujanos de la ciudad, llamado Wendelin Hock. Desconocemos cómo se desarrolló el debate, pero todas las fuentes señalan que perjudicó considerablemente las perspectivas profesionales de Paracelso en Estrasburgo y que este hecho, junto con la presión de la oposición médica, fue decisivo en su determinación de abandonar esta ciudad. 8
También en Nuremberg (1529-1530) los médicos acabaron por retarle, aunque esta vez no a un debate sino a un desafío mucho mayor: le propusieron, con la clara intención de dejarle en ridículo, curar a pacientes estimados como incurables. En concreto le propusieron a quince leprosos. Y aunque Paracelso curó a nueve de ellos, lo cual fue un gran éxito, precisamente este mismo triunfo no hizo más que aumentar la hostilidad que los médicos tenían en contra de él. 9 Por otro lado, en Nuremberg, más que en ningún otro sitio, su trabajo literario fue directo contra las doctrinas reconocidas y las opiniones gobernantes, desafiando a los censores del lugar. Esto dificultó su arraigo en la ciudad y le acabó cerrando cualquier acceso a los profesionales médicos, los cuales estaban muy unidos en contra de él. De hecho, esta alianza profesional ya se había evidenciado incluso antes de que Paracelso llegara a la ciudad, pues su reputación como médico heterodoxo y conflictivo le precedía en varios meses en sus viajes forzados. 10 Su desafío directo a los censores de la ciudad publicando un libro prohibido también le obligó a huir con mucha prisa de la población. 11
Pero la fuga o escapada más sonada fue la que tuvo que realizar en Basilea (1527-1528), donde su conflicto con los médicos locales se desarrolló en el marco de la Universidad. Paracelso se había desplazado de Estrasburgo a Basilea –unas 70 millas– en marzo de 1527 a requerimiento del ya mencionado editor y humanista Johannes Froben. En aquel momento esta ciudad suiza tenía unos 10.000 habitantes y era un centro de publicaciones, comercio farmacéutico y lugar de encuentro de todo tipo de reformistas religiosos y humanistas. Precisamente prestigiosos e influyentes reformistas de la ciudad, como el mismo Froben o como los célebres humanistas Erasmo, los hermanos Amerbach, Hedio, Gerbelius o el importante reformador protestante Oecolampadius, consiguieron nombrar a Paracelso médico oficial municipal a la vez que profesor de la Universidad de Basilea. Apoyado por este fuerte círculo de influyentes humanistas, Paracelso encontró en Basilea una gran oportunidad para dar a conocer su sistema médico, además de conseguir percibir, aunque solo fuera durante unos meses, un salario muy digno. 12
Sin embargo, su negativa a explicar en este centro docente superior las tesis y contenidos médicos oficiales y ortodoxos le supuso ganarse unas antipatías y una oposición cada vez más aguda por parte del resto del profesorado y del colectivo de médicos de la ciudad. De hecho, esta oposición se manifestó desde el mismo nombramiento de Paracelso como profesor. Ya que mientras la Universidad estaba dominada por católicos, su elección y proclamación como docente procedía del consejo municipal de la ciudad, dominado por protestantes, el cual le había nombrado previamente médico municipal de Basilea; y este título conllevaba el derecho a ser profesor de la Universidad de la ciudad. La Universidad, pues, se vio forzada a aceptar a Paracelso sin ser consultada y actuó desde un primer momento de manera controvertida contra él: no quiso registrarlo formalmente como profesor ni honrarlo con una visita, tal como exigía la tradición. 13
Por su parte Paracelso rechazó someterse al acto formal de recepción como licenciado externo de la Universidad de Basilea, quizá porque no tenía el diploma que la Universidad debía reconocer para dar clases. Además, desafió a los profesores haciendo público un manifiesto iconoclasta que tituló “Intimatio”, donde prometía enseñar medicina práctica y teórica durante dos horas diarias sobre la base de su experiencia original en lugar de seguir a Hipócrates, a Avicena y a Galeno (reconocidos como los teóricos académicos). 14 Durante su clase inaugural afirmó: “Los cordones de mis zapatos encierran más sabiduría que Galeno y Avicena juntos, y mi barba tiene más experiencia que toda su Academia”. 15
Unas semanas más tarde quemaba los libros académicos de estos autores en las tradicionales hogueras de San Juan, en una clarísima demostración de que ya no eran válidos para enseñar medicina. Los profesores de la Universidad de Basilea reaccionaron retirándole el derecho al uso de las aulas para dar clase y el derecho a patrocinar candidatos para doctorarse. También se cuestionó su calificación para dar clases.
Pero, a pesar de todo, pudo continuar con ellas gracias al apoyo que obtuvo de las autoridades municipales. 16 Se dirigió a ellas diciendo: “Consideran que no tengo ni el derecho ni la capacidad para dar clases en la facultad sin su conocimiento y consentimiento; y se han dado cuenta de que yo explico mi arte de la medicina de una manera tanto inusual como instructiva para todo el mundo”. 17 Meses más tarde tuvo que insistir a las mismas autoridades: “Ha llegado a mi conocimiento que doctores y otros médicos que residen aquí han hecho comentarios desfavorables por las calles y claustros sobre el estatus que yo recibo a través de vuestra amabilidad. Esto perjudica gravemente mi práctica y a mis pacientes. Mis detractores presumen de que son la facultad y el decano y de que el nombramiento por el que me han designado a mí, un extranjero, ha carecido de méritos y de justicia. Con la ayuda de Dios, he curado a inválidos que la ignorancia de los otros doctores casi deja mutilados. Creo que me merezco honor en lugar de infamia. Vuestra sabiduría austera y honorable me ha nombrado médico y profesor; ustedes son mis superiores, maestros, facultad y decano, no ellos; y yo debo estar capacitado para graduar a mis discípulos para ser doctores tal como corresponde a un profesor”. 18
Sin embargo, sus oponentes no dejaron de acosarle. Un domingo por la mañana, en la misma ciudad de Basilea, apareció un anuncio clavado en la puerta de la catedral y en otros lugares destacados, que era una cruda sátira contra Paracelso, presuntamente escrita por el mismo Galeno hablando desde el infierno, titulado “La sombra de Galeno contra Theophrastus, o más bien Cacophrastus”. El panfleto decía frases ignominiosas como las siguientes: “¡Buitre, que te vistes con las plumas que has robado! Tu engañosa y pobre fama no durará mucho. ¿Qué quieres enseñar? Tu estúpida boca ignora las palabras extranjeras y, por ello, no eres ni siquiera capaz de exponer la obra que has robado. ¿Qué quieres hacer, imbécil, ahora que has sido descubierto de parte a parte, por dentro y por fuera, y que te han aconsejado con razón que cojas una cuerda y te cuelgues?” 19 Era un directo ataque a las enseñanzas de Paracelso y a su persona. Este reclamó a las autoridades de la Universidad que descubriesen a los autores de la sátira contra él y además envió una carta de queja al consejo municipal de Basilea exigiendo que se buscasen a los responsables del escrito. Pero al ver que ni unos ni otros le hacían mucho caso, decidió en otoño de 1527 irse a Zurich para solucionar su conflicto con la Universidad a través de las más altas autoridades del país. 20 Sin embargo, tampoco tuvo mucho éxito. Además, mientras estaba en Zurich se enteró de la muerte de su principal amigo, protector, y a la vez paciente, de Basilea, el editor y humanista Froben. Sus enemigos le acusaron de no haberle sabido curar bien. Aunque en realidad Froben murió en un accidente. 21 Cuando Paracelso regresó a Basilea en el mes de noviembre, tenía ya los días contados en aquella ciudad, en la que ya pocos amigos le quedaban. Se vio sepultado bajo una lluvia de cartas anónimas en las que llegaban a acusarle de homicidio contra Froben y denunciaban su famoso fármaco láudano.
Un conflicto con un magistrado municipal, a quien Paracelso acusó de ignorante e injusto, precipitó su huida forzada de Basilea. Paracelso había denunciado a un dignatario de la iglesia, el canónigo de la catedral de la ciudad –uno de los más ricos y poderosos hombres de la ciudad–, a quien había curado con unas píldoras de un agudo dolor abdominal para cuya cura el paciente había prometido a Paracelso unos enormes honorarios (100 florines). Pero al final el paciente rechazó mantener su promesa. Paracelso, capaz de no cobrar nada a los pacientes pobres, era exigente con los ricos, pues ya había sido estafado en anteriores ocasiones, y quiso denunciar el caso a los tribunales, tal y como lo haría en posteriores ocasiones en casos similares. 22 El magistrado le concedió sólo una pequeña retribución, muy lejana de la prometida por el paciente, y Paracelso se enfadó y difamó públicamente al juez. Dijo: “¡Cómo pueden comprender el valor de mis medicinas si su método es el de vilipendiar a los médicos! (…) ¡El enfermo y la ley juzgan la ciencia médica de la misma forma que juzgarían el oficio de zapatero!” 23 Una orden judicial exigió el arresto de Paracelso, pues no se podía injuriar a los jueces. Por ello tuvo que huir rápido de Basilea, antes de que lo detuvieran, confiando sus posesiones a su pupilo Oporinus. 24 Era enero o febrero de 1528.
Continuará…
Compilado por Jordi Pomés
jordi.pomes@uab.es
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