Un Verdadero Gran Reformador Médico, Religioso y Social del Siglo XVI
La Madurez (1524-1541)
Su vida y obra médica, religiosa y social por el Centro de Europa, Parte II
Uso de los medicamentos elaborados por él mismo
El láudano fue probablemente el medicamento más utilizado por Paracelso. Estaba compuesto por vino blanco, azafrán, clavo, canela y otras sustancias además de opio. Fue él el primero en prepararlo por primera vez. Lo usaba comúnmente para reducir cualquier tipo de dolor, desde el dolor de los niños provocado por la primera dentición a los típicos dolores producidos por el cáncer y otras enfermedades terminales; para adormecer, para la ansiedad, para el tratamiento de la diarrea y para eliminar la tos en todo tipo de procesos, desde una simple gripe a una tuberculosis. Muchos de sus seguidores creyeron que el láudano podía curar todas las enfermedades excepto la lepra. 1
Paracelso, naturalmente, como buen alquimista que fue, por lo menos desde 1524, utilizó muchos otros remedios –entre ellos algunos de origen metálico; en realidad fue él quien introdujo este tipo de remedios–. Casi todos los fármacos que utilizaba los elaboraba él mismo: ungüentos para las heridas de guerra, sobre todo cuando en su juventud tuvo que actuar como médico de distintos ejércitos; 2 píldoras de distintas composiciones: en una ocasión luchó contra una peste muy mortífera en Vipiteno con unas píldoras de panecillos manchadas con heces infectadas –un primitivo sistema de inoculación aprendido de los turcos en Constantinopla–; 3 remedio contra el mareo, que llamó “sal de los viajeros”, que inventó cuando tuvo que cruzar el Canal de Inglaterra; 4 y hasta remedios contra los piojos, que preparó en una ocasión en que él mismo se quejó de estar infectado por estos parásitos cuando cruzaba Valaquia y Ucrania. 5 Y, como no podía ser de otra manera, aprendió a utilizar el poder sanador del agua y los manantiales. Esto lo consiguió especialmente en Bad Regaz (Suiza), cuando estuvo varios meses en la abadía de Pfäffers. Escribió un tratado sobre los baños terapéuticos de ese lugar, incluyendo indicaciones precisas y regulaciones dietéticas, lo que representa uno de los primeros documentos de balneología científica. 6 Más adelante volveremos sobre ello.
Paracelso no creía en los medicamentos que vendían en las farmacias de la época. Realmente, eran poco de fiar. Algún autor ha llegado a decir que la farmacia de los siglos XV y XVI era una cocina repugnante porque en la preparación de sus remedios incluso llegaba a utilizar el polvo de momia. 7 Paracelso no era más cumplido en sus descripciones de este tipo de comercios: “Yo no tomo las medicinas de las apotecas; sus tiendas no son más que fétidas trascocinas que no producen sino caldos sucios”. Y concluía que las mejores medicinas se encontraban, no en ninguna ciudad, sino en la naturaleza: “Toda la naturaleza es como una tienda de apoteca, con el cielo como única cubierta”. 8 Su confianza en la naturaleza no tenía límites y de ahí sus heroicos intentos de integrar su estudio con el de la medicina a través de la botánica y la química, aunque también, como veremos, con la cosmología. Para él era un placer estudiar la naturaleza. Siguiendo la botánica que le había enseñado su padre en los mismos campos y bosques de la región donde vivió su infancia, a lo largo de su vida realizó muchas excursiones para estudiar plantas y minerales medicinales en innumerables regiones, sobre todo del centro de Europa. De estas salidas, algunas las hizo acompañado de sus estudiantes de medicina. De esta manera pudo describir en su “Herbarium” propiedades ocultas de 36 plantas, además de algunos minerales y piedras preciosas. 9 Incluso fue capaz de utilizar el poder curativo de algunos animalillos en contacto con la piel humana: curó con mucho éxito en una ocasión la hinchazón de una mano vendándola con lombrices vivas. 10
Un gran investigador alquimista
Pero más que como botánico y biólogo, llevó a cabo sus principales investigaciones en el campo de la medicina como alquimista. Fue un gran alquimista; no para conseguir oro –aunque esta posibilidad estuvo a su alcance–, sino para producir medicamentos. En su tratado titulado La Archidoxia Mágica, afirmaba: “La alquimia no consiste en hacer oro y plata; su objetivo es producir las esencias soberanas y emplearlas luego para curar las enfermedades”. 11 Es decir, consideró la alquimia como un medio fundamental para sus objetivos médicos. Por ello uno de los propósitos fundamentales de su vida fue demostrar que el médico podía curar aprovechando las virtudes naturales de los remedios químicos; y, de esta manera, podía ahorrar al paciente enfermo tratamientos traumáticos típicos de la época, como sangrías. De ahí que se le considere el fundador de la química médica o medicina química, de la iatroquímica, la ciencia dedicada a la producción de medicinas, y el creador del concepto quimioterapia. 12 Como alquimista, Paracelso demostró la idéntica composición química del hombre, la tierra y los demás astros –dijo que el hidrógeno, el sodio, el calcio, el magnesio y el hierro se encontraban tanto en el hombre como en los astros–. Precisamente nos dio importantes revelaciones acerca del hidrógeno, llegando a conocer perfectamente sus propiedades y su naturaleza y se dio cuenta de que contenía alkahest, el disolvente universal de la alquimia, por el cual todos los cuerpos terrestres pueden ser reducidos a su ser primitivo, o materia original (éter).
Incluso hay autores, como el famoso psicólogo Jung, que afirman que Paracelso fue también precursor de la psicología empírica y de la terapia psicológica en la medida en que la alquimia no sólo fue la madre de la química, sino el estadio previo de la actual psicología del inconsciente. 13
Ya de muy joven se había interesado por las llamadas “enfermedades de la mente”. Y después de darse cuenta de que no había hasta el momento, al menos en Occidente, nada escrito sobre ellas, escribió él mismo un libro sobre este tipo de “enfermedades” en 1520, cuando no había cumplido ni 30 años. 14 El mismo psicólogo Jung constató que para Paracelso la alquimia fue también un procedimiento filosófico de transformación personal, es decir, un modo especial de yoga, en cuanto el yoga apunta a una transformación anímica. 15 Paracelso dijo que la alquimia no era nada más que el arte de convertir lo impuro en puro a través del fuego.
De hecho, la alquimia occidental ha estado siempre estrechamente relacionada con el hermetismo. Y fue el mismo humanismo renacentista, influido por el hermetismo del momento, el que ayudó a revivir la alquimia. De manera que Paracelso se encontró con un contexto histórico y cultural favorable para la experimentación de este arte o ciencia. Cosimo de Medici, de Florencia, pidió al gran filósofo Ficino traducir al latín trabajos griegos sobre hermetismo. Y hombres cultos y artistas del siglo XVI, entre ellos Leonardo da Vinci, consideraban el conocimiento de la alquimia como deseable. Hasta el papa León X, proveniente de la casa de los Medici, tenía un gran interés en la alquimia y otras artes ocultas. 16 El mismo padre de Paracelso, además de médico, había sido estudiante de química 17 en un momento en que eso significaba ser estudiante de alquimia. Ya hemos dicho que, ejerciendo de médico, y bajo la mirada atenta de su hijo, preparaba tinturas, esencias y destilaba elixires para curar enfermedades. 18 En los paseos que Paracelso hacía con su padre por los campos y bosques no solo adquirió conocimientos sobre plantas, sino también sobre minerales. También dijimos que su padre le enseñó prioritariamente historia natural y minería 19 y que esos conocimientos los pudo ampliar en la escuela minera de los famosos comerciantes de la época, los Fuggers, en Hutenberg, cerca de Villach, que a menudo visitaron él y su padre. También vimos que los principales maestros que tuvo Paracelso fueron alquimistas.
Pero no solo fueron sus maestros los que tuvo en su infancia y primera juventud, sino muchas otras personas de las que aprendió ciencia médica. Cuando pasó por Constantinopla en 1521, por ejemplo, aprendió el secreto del oro alquímico de un alquimista alemán llamado Salomón Trismosín, experto en cábala y magia egipcia. Éste fue el que, según el seguidor paracelsista Van Helmont, le dio a Paracelso la piedra filosofal. Y tres años antes, en 1518, había querido pasar por España, sobre todo por las principales ciudades andaluzas que aún conservaban bien frescos los restos de la cultura árabe –Granada, Córdoba, Sevilla…– interesándose por el saber alquímico que esta cultura atesoraba. 20 Según K. P. Kumar, el conocimiento alquimista de Paracelso le llevó a descubrir las propiedades ocultas de la materia y el principio de la vida, agni o fuego cósmico. 21
Atracción por los balnearios y las minas
De hecho, Paracelso siguió buscando este conocimiento alquímico por toda Europa. Las minas, así como los balnearios, fueron para él laboratorios naturales que le revelaron las virtudes y poderes escondidos. 22 Fue sobre todo después de dejar Salzburgo en 1525 cuando se sintió muy atraído por los balnearios. Primero visitó los balnearios de Baden, Friburgo y Tubinga, a lo largo del Danubio, sobre todo en Göppingen, Wildbad, Liebenzell y Baden-Baden, donde la gente iba a tomar el elixir que daba salud y curaba o aliviaba las convalescencias. 23 Estudió aquí las aguas minerales de la región. Como buen alquimista que era, Paracelso conocía por completo la universal potencia disolvente del agua. Para él el agua era el instrumento universal de la química y de la filosofía natural y el medio más importante para curar. Creía, además, que la tierra entrañaba virtudes seminales, y que el agua, al disolver y fermentar las substancias térreas, como sucede con el fuego, produce todas las cosas y origina los reinos mineral, vegetal y animal. 24 Su principal estudio o tratado sobre baños terapéuticos lo escribió en 1535 en Pfäfers (Bad Regaz, Suiza), y lo dedicó al príncipe abad del monasterio de este lugar, Johann Jakob Russinger. 25 Este tratado será utilizado por expertos hasta el siglo XIX. Antes de Pfäfers había estudiado el agua de St. Moritz y había elogiado el manantial de esta ciudad, que tiene un agua ácida (especialmente en agosto), que “cura la gota y hace el estómago tan fuerte en la digestión como aquella de un pájaro que digiere tártaro y hierro”. 26 En Pfäfers-Ragaz quedó fascinado por los poderes de curación ocultos del agua del balneario preparada en un laboratorio subterráneo. Mucha gente iba a curarse con las aguas calientes de este centro. Parece que fue en este balneario donde pasó los días más relajados de su vida. 27 Estuvo varios meses en la abadía de Pfäffers. Estudió el poder sanador de los manantiales calientes y curó con éxito al abad del monasterio, para quien elaboró un tratado médico sobre alimentación. En los estudios que realizó en este balneario incluyó indicaciones precisas y regulaciones dietéticas, lo que representa uno de los primeros documentos de balneología científica (hidroterapia). 28
En cuanto a las minas, a lo largo de su vida, y durante su constante peregrinaje por un sinfín de países, tuvo numerosas ocasiones de visitar muchas. No quiso perderse el estudio in situ de las más famosas de Europa. Recordemos que ya en su infancia había frecuentado con su padre la escuela de minas que los Fuggers tenían en la región de Carintia. Por ello, en su libro Crónica de Carintia escribiría con fundamento: “Las montañas de Carintia son como un cofre que, al abrirlo con una llave, revelará preciosos tesoros”. 29
Por otro lado, en su juventud visitó las minas británicas de estaño de Cornwall, las de plomo de Cumbria y las suecas de cobre de Falun. Ya en su etapa madura, podría visitar muchas de las explotaciones metalíferas (de cobre, plomo, hierro, plata u oro) que en aquel momento había en Alemania central y del sur; conoció también la mina de mercurio de Idrija, en Eslovenia; y en el Tirol austríaco las minas de plata del valle del río Inn. 30 Fue precisamente también en los distritos mineros tiroleses de Hall y Schwaz, donde, en 1533, renació su interés por examinar las enfermedades típicas de mineros y donde escribiría el primer tratado de literatura médica reconocido y sistematizado que trata de una enfermedad relacionada con un trabajo. 31
Realmente, Paracelso tuvo ocasión de ponerse en la piel de los mineros y fue consciente de sus sufrimientos como trabajadores y personas. Más adelante trataremos de su lucha social a favor de este colectivo laboral. Su interés por los metales y la alquimia le hizo pasar muchas horas de su vida en cuevas, minas y sótanos. Solía habilitar sus laboratorios, con su respectivo horno, en los sótanos de las casas o castillos donde se hospedó por más tiempo. Para ello utilizó castillos de conocidos o amigos, como el del duque de Baviera en Neuburg, en 1525, o el castillo Horn de San Galo, en Suiza, aproximadamente en 1529, propiedad de unos amigos ricos con cuyo apoyo construyó otro laboratorio químico. 32 En estos laboratorios desarrollaba auténtica investigación médica y científica. Se enorgullecía de haber investigado 40 enfermedades diferentes. 33
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