Paracelsus, un Verdadero Gran Reformador Médico, Religioso y Social del Siglo XVI
Introducción III
Admirado por muchos
No obstante la persecución de que fue objeto, fueron muchos los que en vida reconocieron sus valores. Desde nobles a campesinos pobres; desde grandes humanistas a reconocidísimos científicos. No fueron pocos los gobernantes que, sabiendo de sus excepcionales éxitos curativos, solicitaran sus servicios. Entre sus pacientes tuvo a no menos de 18 príncipes.1 Y algunos lo recibieron con grandes honores, por ejemplo el Príncipe Palatine de Salzburgo, duque Ernesto de Bavaria, que era un gran amante de las artes secretas.2 Incluso fue honrado por reyes: en su juventud, por el rey de Dinamarca y Noruega, Christian II, que lo nombró médico real y lo premió con honores y oro por sus servicios médicos a las tropas danesas en una expedición a Suecia;3 y ya en su madurez, por el futuro emperador austríaco Fernando I, que lo recibió en Viena y también lo premió con una cadena de oro por sus servicios. Este monarca, a quien Paracelso dedicó en 1536 una de sus grandes obras publicadas durante su vida –La Gran Cirugía–, le ofreció introducirlo en el equipo de médicos de la corte. Sin embargo, Paracelso declinó la oferta. Por otro lado, aceptó en una ocasión la invitación del zar ruso Vassily III, aunque esto le supusiera trasladarse hasta Moscú, cuando este gobernante quiso cortejarse a los hombres más sabios de Europa.4
Aunque en el momento en que se fue a Rusia sólo contaba con 27 años -era el invierno de 1520-1521– en esta coyuntura ya se le reconocía como muy buen médico en círculos gubernamentales y humanistas de buena parte de Europa. Se había ganado una gran reputación como gran sanador en los viajes realizados entre 1516 y 1520 por los Países Bajos, Nápoles y en las guerras de Venecia, Dinamarca y Holanda.5 En los sectores humanistas, destacadas figuras de las letras europeas le ofrecieron su colaboración o le pidieron ayuda o servicios médicos. Empezando por el célebre Erasmo de Rotterdam –a quien en una ocasión le curó de gota y de dolores en el hígado y riñones y, en otras, por petición del holandés, le dio consejos sobre salud–, y siguiendo por otros reconocidos humanistas, como Sebastian Franck –que dijo de él que era un “hombre maravilloso”–6, Boniface Amerbach o Johannes Oecolampadius, a los que no les resultó difícil reconocer los méritos médicos y reformadores de Paracelso. A menudo éstos tuvieron que protegerle de la persecución de algunas autoridades intransigentes o de elementos de la ortodoxia científica del momento, que se posicionaron en su contra. Y no es que Paracelso perteneciera a los círculos humanistas o intelectuales de la época, ni que éstos consideraran que formaba parte de ellos. Aunque sabía latín y tampoco le faltó ilustración en letras y en conocimientos generales, había algunos puntos muy importantes de su pensamiento médico, como el de la relación de la medicina con la astrología, que no todos los humanistas compartían. Paracelso habló muchas veces de la “ignorancia de los eruditos”.7 Sin embargo, compartió con ellos aspectos fundamentales de su pensamiento, como la necesidad de llevar a cabo reformas sociales, políticas, culturales, científicas y religiosas en aquella Europa del siglo XVI, así como la necesidad de conseguir la independencia o libertad de expresión y pensamiento, tan profundamente anhelada por los humanistas. Por otro lado, como veremos, Paracelso mismo se benefició mucho del entusiasmo humanista por los textos antiguos.
Sin duda, la mayoría de los humanistas que conocieron a Paracelso, aunque podían no compartir todas sus creencias científicas y religiosas, percibieron su gran potencial reformador en todos los sentidos. De ahí su estima por él y de ahí que siempre estuvo en contacto con humanistas y no le faltó nunca el apoyo de al menos algunos sectores. Pudo empezar a relacionarse e intimar con ellos en las universidades y centros donde estudió de joven, como por ejemplo en el conocido centro humanista alemán de Erfurt, donde pudo coincidir con hombres de talla, como el mismo Martín Lutero. Y siempre fue bienvenido en los círculos humanistas de las numerosas ciudades que visitó. Por ejemplo, en Nuremberg, donde intimó con el reformador protestante liberal Sebastian Franck o con el humanista Spengler; o en Estrasburgo, donde trabó amistad y de alguna manera fue protegido por Nicolaus Gerbelius, Kaspar Hedio o el importante reformador religioso y científico alemán Wolfgang Capito.8
Y finalmente Paracelso fue claramente reconocido por los estratos sociales bajos de las regiones por donde pasó y curó. En algunas de ellas, como Alsacia, fue general su admiración y agradecimiento; todo el pueblo lo adoró y buscó su consejo y auxilio, como si fuera un segundo Asclepio.9 Tan firme era en esta región la creencia popular en los poderes sobrenaturales de Paracelso, que al menos hasta el siglo XIX todavía perduraba entre la gente la creencia de que no había muerto, sino que dormía en su tumba. Hasta este siglo, peregrinos venidos de toda Austria –donde está enterrado su cuerpo– acudían a su tumba, esperando que los curara. Y en tiempos de epidemia, como la del cólera de 1830, la iglesia donde está enterrado se llenaba de multitudes. Incluso en nuestro tiempo, Paracelso continúa teniendo una atracción magnética y sigue siendo reconocido popularmente en zonas alemanas como Suabia, donde muchas calles y plazas públicas llevan su nombre en su honor.10
No poco debieron influir en esta devoción las alabanzas que le dedicaron grandes poetas alemanes, como Goethe, o los mejores literatos románticos, como William Blake o Robert Browning, quien en 1834 le dedicó un poema épico sobre su vida. Éstos no dejaron de ser uno de los anillos de la larga cadena de paracelsistas que, después de la muerte del maestro, se sintieron atraídos y admirados por su obra y no ahorraron esfuerzos por estudiar sus libros y difundirlos. El más conocido fue el eminente médico, químico y filósofo belga Van Helmont (1579-1644). Pero otros reconocidos científicos de la talla de Giordano Bruno reconocieron su deuda con Paracelso. E incluso Newton confesó poseer la mayoría de los libros escritos por Paracelso.11 Otros destacados paracelsistas fueron, entre los siglos XVI y XVII, el astrónomo danés Petrus Severinus (1542-1602), uno de los más influyentes paracelsistas europeos; el médico inglés Robert Fludd (1574-1637), considerado como uno de los grandes humanistas del Renacimiento; el erudito y diplomático francés Jacques Bongars (1554-1612); o el físico y erudito alemán, precursor de la química, Johann Becher (1635-1682); entre los siglos XVIII y XIX podemos destacar al médico alemán Christoph Wilhelm Hufeland (1762-1836), el más distinguido representante del vitalismo en su país, que tomó de Paracelso su teoría sobre las enfermedades infecciosas; o el eminente psicólogo, también alemán, Joseph Ennemoser (1787-1854). Y ya entre los siglos XIX y XX, el historiador alemán de la medicina Karl Sudhoff (1853-1938), que es el máximo responsable de la moderna rehabilitación científica de Paracelso. Pero además habría que añadir, en la línea más espiritual, reconocidos algunos de ellos como teósofos, a los humanistas que se consideraron también herederos de la obra paracelsiana, desde Jacob Boehme (1575-1624) a los románticos como Goethe (1749-1832) y a la fundadora del teosofismo moderno, Helena P. Blavatsky (1831-1891).
Sobre todo gracias a ellos conocemos y podemos admirar la figura de Paracelso, porque fueron ellos los que procuraron que su obra y su biografía auténtica no se olvidaran, sino más bien se intentaran recuperar al máximo. Gracias a ellos sabemos quién fue Paracelso y podemos deducir su grandeza, importancia o magnitud. Y así lo hemos intentado plasmar en este trabajo. Sin embargo, aún nos queda mucho por conocer de su vida y su obra. Hay muchas lagunas aún por cubrir. Ojalá poco a poco podamos ir cubriéndolas y acabemos conociendo mucho mejor que ahora quién fue Paracelso. No dudamos que será así y que acabaremos por hacer justicia a este gran reformador del Renacimiento que intentó que el mundo moderno no se construyera olvidando el mundo antiguo, sino que se erigiera sentando sus fundamentos en la sabiduría que habían llegado a atesorar y disfrutar los antiguos.
Continuará…
Compilado por Jordi Pomés
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