Un Verdadero Gran Reformador Médico, Religioso y Social del Siglo XVI
Introducción I
Philippus Theophrastus Bombastus von Hohenheim, más conocido con el nombre de Paracelso, fue un gran pensador y reformador científico, social y religioso germánico del siglo XVI, mundialmente reconocido, sobre todo, por sus aportaciones en el campo de la medicina. Ciertamente, Paracelso sentó buena parte de las bases científicas con que la medicina se desarrollaría a partir de la época moderna en el mundo occidental; y completó esta labor con su extraordinario ejercicio como médico, pues fue un profesional excepcional de la medicina que lo curó casi todo. Pero, además, sobresalió en los campos social y religioso. Denunció en este último ámbito cuán lejos estaban en general tanto católicos como protestantes de seguir la auténtica sabiduría de Cristo, mientras buscó y dio a conocer las fuentes comunes de las diferentes religiones. En el campo social se comprometió enormemente con los problemas y las injusticias sociales y económicas de su tiempo, mientras se esforzaba al máximo para acabar con ellas procurando seguir y llevar a la práctica realmente las enseñanzas bíblicas. Sin embargo, su obra y pensamiento religioso y social, a pesar de ser muy importantes, acabaron siendo eclipsados por su magna contribución en el ámbito de la medicina y por sus virtudes como médico y sanador; quizás uno de los mejores que ha dado la humanidad. No en vano la inscripción actual que aparece en su tumba dice de él, sin exagerar, que fue un “doctor de medicina de gran renombre, cuyo arte curó estupendamente hasta las heridas más terribles, lepra, gota, hidropesía y otras enfermedades aparentemente incurables”.1
Sin embargo, en vida no fue reconocido por todo el mundo. Por el contrario tuvo que soportar mucho acoso, desprecio, maltrato y persecución, sobre todo por parte del poder científico, político y religioso establecido que se sintió cuestionado, y en algunos casos amenazado, por su pensamiento y obra, en muchos sentidos innovadores, y que cuestionaba algunos de los privilegios ostentados por aquellas autoridades. Necesitó grandes dosis de valentía y espíritu de entrega para hacer frente al constante hostigamiento de que fue objeto hasta el momento de su misma muerte. En este sentido su vida nos ofrece un ejemplo de coraje, entereza, sacrificio y renuncia en muchos aspectos. Fueron estas virtudes las que desarrolló a lo largo de su vida, junto con importantes dosis de bondad, generosidad y sensibilidad en general hacia los necesitados y marginados, además de brillante inteligencia; y todas ellas hacen de él un arquetipo de persona realmente extraordinaria.
En el marco del llamado Renacimiento, en el amanecer de la era moderna, Paracelso pudo contribuir con su obra a sentar las bases de una nueva era de esperanza, a pesar de coincidir, como veremos, con una de las crisis más dramáticas de la civilización occidental. Durante los años de vida de Paracelso, se produjeron unos cambios fundamentales en la manera de pensar y sentir, sobre todo en el mundo occidental. Además de ver tambalearse seriamente los poderes civiles y religiosos (triunfo, por ejemplo, del protestantismo con la consiguiente merma del catolicismo), el siglo XVI ve el nacimiento de la ciencia -la ciencia moderna, con su espíritu de investigación empírica- tal como la conocemos hoy en día, y ésta impone una nueva definición del hombre y de su poder individual en el mundo. Todas las disciplinas científicas se transformaron radicalmente al calor del descubrimiento de la imprenta moderna, con su prodigiosa difusión y la revolución que fue encendiendo en las costumbres y el pensamiento: Copérnico (1473-1543) revolucionó la astronomía; Andreas Vesalius (1514-1564), la anatomía; Erasmo de Rotterdam (1466-1536), la filosofía y la teología; los atrevidos navegantes exploradores descubrieron nuevas rutas para aproximar más Oriente y Occidente, demostrando además que la Tierra era redonda. Colón descubrió América en 1492, un año antes del nacimiento de Paracelso; y Vasco de Gama encontró una nueva ruta para llegar a la India oriental, seis años después, en 1498, a través del Cabo de Buena Esperanza.
Pues bien, en este contexto de cambios revolucionarios, Paracelso revolucionó la medicina, la ciencia y, en parte y con menor trascendencia aparente, la religión y el pensamiento social.
Un gran médico reformador
Se puede decir que Paracelso abrió un nuevo capítulo en la historia de la medicina, reescribiendo casi desde cero los fundamentos de esta ciencia, y abogó por una nueva ciencia médica basada en la experimentación, la observación y una nueva filosofía natural. Por ello algunos le dieron el nombre del Lutero de la medicina. Porque si Lutero había intentado reformar la religión durante la misma época en qué vivió Paracelso, éste sin duda fue un reformador renovado de la medicina. O mejor dicho, un revolucionario de la medicina, capaz de rechazar rotundamente la medicina escolástica medieval y antigua dominante hasta el siglo XVI, y a la vez sentar unos cimientos válidos para construir una nueva medicina con bases científicas: fue precursor en integrar la medicina y la química; introductor en la práctica de los remedios metálicos y el opio; pionero de la bioquímica; descubridor del electro-magnetismo tres siglos antes que Hans Christian Oersted (1777-1851) fuera reconocido como el descubridor oficial de este fenómeno; descubridor de las propiedades del imán, y con ellas del magnetismo animal, más de dos siglos antes que Mesmer y el mesmerismo lo hicieran popular.2 Incluso fue pionero de la psicología empírica y de la terapia psicológica de la astromedicina. Paracelso, en fin, supo describir las causas de las enfermedades que afligían a la humanidad, las ocultas relaciones entre la fisiología y la psicología y los remedios específicos de cada una de las dolencias corporales.
Aunque hay quien afirma que a Paracelso se le revelaron los secretos y las leyes de la naturaleza, lo que es seguro es que su fe inquebrantable en las virtudes curativas de la naturaleza circundante le impulsó hacia importantes innovaciones y descubrimientos en este ámbito. Para él, el mejor libro que existe para aprender no sólo medicina, sino toda la sabiduría necesaria para los hombres, es la misma naturaleza. Abrió vías a las investigaciones científicas de la naturaleza y consiguió una posición independiente para el conocimiento de ésta frente a la autoridad académica de la época. Trabajó siempre con una metodología enciclopédica y con un talante pansófico, esforzándose eficazmente en sustituir el contenido poco riguroso, superfluo y meramente supersticioso que pudiera tener en aquel momento la magia, la astrología, la alquimia y la quiromancia por un saber más empírico y eficiente. Dicho de otra manera: trató de convertir estas especialidades en disciplinas solventes y efectivas.3 Trabajó con ojo clínico para extraer latentes significados cabalísticos y simbólicos de muchos fenómenos visualizando concordancias en los diferentes campos del saber.4 Por ello su pensamiento médico y científico pudo incidir positivamente en el desarrollo del naturalismo moderno, ciencia y medicina que se practicó a partir del siglo XVII y hasta nuestros días. A Paracelso hay que contemplarlo como un punto de referencia crucial en el camino que conduce de la magia medieval a la ciencia moderna.5
En Paracelso hubo una consistente filosofía natural basada en una perspectiva médica del hombre y del mundo sorprendentemente moderna.6 Desde esta filosofía natural supo también colocar la piedra fundacional de muchas y nuevas tendencias médicas y naturópatas, incluyendo las enseñanzas homeopáticas de Hahnemann, que se desarrollarían en los siglos siguientes a su existencia.7 Hoy sería el abogado de aquellas especialidades que están excluidas en buena medida de la medicina representada en las universidades; es decir, la osteopatía, la magnetopatía, el diagnóstico por el iris, las diversas ciencias y teorías dietéticas, los ensalmos, etc.8
Sin duda se vio asistido en sus investigaciones por el resurgimiento, dentro del conjunto de las ciencias y artes, del neoplatonismo y el gnosticismo, dos corrientes de pensamiento casi idénticas, donde se mezclaban sincréticamente creencias orientalistas e ideas de la filosofía griega, principalmente de Platón y Pitágoras. No hay que olvidar que estas doctrinas, además de la magia natural, la astrosofía, la alquimia y una visión de la Unidad en todos reinos de la creación, fueron artes e ideas ampliamente apreciadas y valoradas durante el Renacimiento. Por otro lado, si el Renacimiento representó el revivir del hombre como totalidad y la visión antropocéntrica del mundo, se puede considerar a Paracelso, tal como lo afirma el especialista en historia de la ciencia Pagel, un verdadero exponente de esta época.9
Pero ya en su época no fue bien interpretado por la mayoría. La mayor parte de los médicos de su tiempo no entendieron que, para Paracelso, la auténtica medicina, su estudio y su investigación debían asentarse en cuatro grandes pilares: la filosofía, la astronomía, la alquimia y las virtudes personales del médico. Él los cultivó todos porque, además de médico, fue también químico, naturalista, filósofo, astrólogo, teólogo y también filántropo. Estos pilares socavaban los códigos profesionales de la medicina del momento. En 1527, posiblemente cuando Paracelso obtuvo un mayor reconocimiento social, pues había conseguido un puesto como profesor en la Universidad de Basilea, dijo: “Ha llegado el momento de llevar la medicina a su antigua dignidad, purificarla de la influencia de los bárbaros y purgar sus errores. Tendremos que hacerlo no adhiriéndonos estrictamente a las reglas de los antiguos, sino exclusivamente estudiando la naturaleza y usando la experiencia que hemos adquirido en largos años de experiencia…”. 10
La práctica médica cotidiana que ejerció a lo largo de su vida, en la que utilizó muchos métodos de curación, y el ejemplo de su vida, nos demuestran, más que sus mismos libros teóricos, su valor y calidad como curador y reformador de la medicina. Durante toda su vida fue apreciado como autoridad profesional, y sus consejos fueron buscados por hombres de ciudad y del campo, aunque siempre insistió en que él no era más que un mediador del Señor y que éste es el único curador. 11
En cualquier caso fue un mediador muy bueno, que reunía las virtudes y la sabiduría que, según él mismo, un buen médico debía tener como persona. No se refería a sabiduría en términos de conocimientos, ya que éstos -según él- no eran suficientes para los médicos, sino en términos de “saber estar y actuar”. Paracelso cultivó brillantemente muchas virtudes personales y, cuando hablaba de los requisitos y cualidades que debía tener un buen médico, sin duda se describía a sí mismo a la vez que daba las claves para el éxito profesional del médico, más allá de los conocimientos científicos que debía tener. Por ello dijo al respecto: “Uno de los requisitos más necesarios para un médico es pureza perfecta y honestidad de propósito. Ha de estar libre de ambición, vanidad, envidia, impudor, pomposidad y arrogancia, porque estos vicios son el resultado de la ignorancia y son incompatibles con la luz de la sabiduría divina, la cual tiene que iluminar la mente del verdadero médico”.12 Resumió en siete las cualidades mínimas que debe tener todo médico: 1ª) no debe considerarse a sí mismo competente para curar todos los casos; 2ª) debe estudiar diariamente y aprender experiencias de los otros; 3ª) debe tratar cada caso con un conocimiento seguro y nunca debe abandonar o renunciar a ningún caso; 4ª) siempre debe ser templado, serio, casto, vivir con rectitud y no ser orgulloso; 5ª) debe considerar siempre primero la necesidad del enfermo antes que su propia necesidad: debe ejercer su arte, no para su propio beneficio y honorarios, sino por el bien del paciente; ha de prestar a su paciente su mayor atención, intentando conseguir una buena armonía entre él y el paciente; 6ª) debe tomar todas las precauciones que la experiencia y el conocimiento le sugieren para no ser atacado por la enfermedad; y 7ª) no debe mantener ninguna casa de mala fama, ni ser un verdugo, ni un apóstata, ni pertenecer al oficio de sacerdote de ninguna forma.13 Por lo tanto, según Paracelso, un buen médico -entre otras cosas- debía ser humilde, trabajador, paciente, fiel, puro, de corazón tierno, de espíritu entusiasta, abnegado, honesto en su propósito, de manera que su mayor virtud sea el amor. El buen médico, decía Paracelso, “ha de prestar a su paciente su mayor atención, debe identificarse con su misma alma y corazón, y eso no puede hacerse sin caridad ni benevolencia”.14
Continuará…
Compilado por Jordi Pomés
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